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  • Foto del escritorPastor Israel Chapa Pérez

¡No lo diga!



Cinco preguntas que debe hacerse antes de decirle cualquier cosa a alguien.


Un escritor, invierte bastante tiempo haciendo revisión de texto, autoedición, comprobación de hechos y haciendo un escrutinio de las palabras. Hay que estar seguro de que lo que se está comunicando y que será útil y bien recibido.


Me he dado cuenta de que la comunicación verbal puede ser el desafío más difícil. Es tan fácil decir algo para luego darnos cuenta de que las palabras fueron inapropiadas, insensibles o destructivas.


Desafortunadamente no hay vuelta atrás cuando se trata de la conversación. Cuando usted dice algo, ya lo ha dicho. No podemos dar marcha atrás y recuperar nuestras palabras, aunque lo queramos mucho.


La Biblia describe una lengua descontrolada como un “fuego, un mundo de maldad… llena de veneno mortal” (Santiago 3:5, 8). Las palabras descuidadas pueden herir las relaciones y dañar las vidas de las personas. Nos metemos en toda clase de problemas cuando no somos lentos para hablar. Sin embargo, si pensamos acerca de nuestras palabras antes de pronunciarlas, podemos prevenir muchos problemas. Por lo menos podremos refinar nuestro mensaje para hacerlo más fácil de recibir. O tal vez podamos ver que nuestras palabras no deben ser dichas.


El hecho es que hay numerosas situaciones que podemos mejorar no con lo que decimos, sino con lo que no decimos. Me he encontrado a mí mismo haciéndome estas cinco preguntas antes de comenzar a hablar, y esto me ayuda a mantener mi lengua bajo control:


1. ¿Tengo todos los hechos?


Probablemente la mayoría de las personas se acuerda de un momento en el que se sintió disgustado con alguien por algo que supuestamente dijo o hizo, sólo para darse cuenta más tarde de que la situación no era ni medio parecida a la que se había imaginado.


Siempre debemos recordar que de pronto hay varios detalles importantes que no conocemos, pero que le pueden dar un nuevo giro a la situación. ¿Existen otras mejores versiones de lo que está pasando que usted no conoce? Éste podría ser el caso cuando su impresión de la situación está basada en presunciones o en lo que otros le han dicho.


Si hay la más mínima posibilidad de que ignore cierta información vital, guarde silencio. Cuando esté confrontando a otros, permítales compartir su perspectiva antes de llegar a conclusiones apresuradas. Nada es más destructivo o embarazoso que perder el control por algo, solamente para descubrir que repetimos algo que no era verdad o que nos disgustamos por nada.


2. ¿Son útiles mis palabras?


Por supuesto, aun en el caso de que lo que usted está pensando decir es correcto, esto no significa que debe decirlo.


Imagínese lo siguiente: su cónyuge ignora sus preocupaciones acerca de una posible oportunidad de negocios y sigue adelante con la oferta, que termina mal. Si bien es cierto que usted tenía la razón y lo que predijo que iba a pasar sí pasó, no sería útil ni necesario decirle a su cónyuge: “Yo te lo dije” o “¡Si tú solamente me hubieras escuchado!”. Estas palabras son el equivalente verbal de ponerle sal a la herida. Decirlas solamente empeoraría la situación.


Tengamos en cuenta este sabio consejo: “No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan” (Efesios 4:29).


En verdad no es constructivo participar en una discusión en la oficina acerca de los últimos errores de su compañero de trabajo. La comida que usted acaba de comer en un restaurante tal vez sea la peor que haya comido, pero esto no significa que deba decírselo al mesero. Usted tal vez tuvo que esperar dos horas extras porque el vuelo en que venía su amigo se retrasó, pero decirle a él lo horrible que se sentía mientras esperaba, sólo logrará hacer sentir muy mal a su amigo.


Antes de hablar, pregúntese: ¿qué estoy tratando de lograr? ¿Diré algo que contribuya a la solución o agrandaré el problema? ¿Qué ganaré si digo esto? ¿Quién se beneficiará de lo que estoy hablando en estos momentos?


Si usted siente honestamente que sus palabras van a ayudar a la otra persona o van a mejorar la situación, probablemente es buena idea hablar. Si es de otra manera, mejor guárdese sus palabras.


3. ¿Son mis palabras gentiles y amables?


Tal vez la otra persona necesite oír lo que usted le tiene que decir, pero aplastarla con críticas no va a lograr que su mensaje sea escuchado.


Una vez conocí a alguien que se enorgullecía de decir las cosas sin tapujos al enfrentar los problemas de las personas. No tenía ningún reparo en decirles a las personas que lo que percibía eran sus faltas o errores. Su enfoque con frecuencia era innecesariamente brusco, brutal y crítico. Ella no les daba espacio a las personas para explicarse y tendía a asumir los peores motivos. Con frecuencia me preguntaba si ella estaba realmente preocupada por las personas a las cuales confrontaba, o si lo único que quería era ventilar sus propias frustraciones.


Es mucho más efectivo. Si debemos tratar un problema con otra persona, lo que digamos debe ser presentado con mansedumbre y humildad. La crítica debe estar erradicada en una preocupación genuina por quien la recibe para que pueda ser efectiva. Si usted asume la posición de una herramienta de demolición humana sin respeto por los sentimientos de la otra persona, sus comentarios serán tomados como un ataque personal.


Antes de hablar, siempre pregúntese: ¿es ésta la forma en que querría que alguien me confrontara con sus preocupaciones? Si no lo fuera, vuelva a plantear su enfoque. Si usted está tan furioso que no puede usar un enfoque amable y gentil, no permita que las palabras salgan de su boca.


4. ¿Debo ser yo quien hable?


Con frecuencia tomamos la responsabilidad de hablar acerca de un problema cuando en realidad alguien más debería hacerlo. Una vez trabajé con un compañero a quien le encantaba decirme lo que había oído decir a otras personas acerca de mí. Él me decía cosas tales como:


· “Marco piensa que tu ropa es anticuada”.

· “Pedro dice que tú tienes una risa extraña”.

· “Roberto piensa que tú y tu novia hacen una mala pareja”.


Lo único que lograban estos comentarios era hacerme sentir mal. ¿En verdad dijeron esto las personas? ¿Y, por qué lo dijeron? Si era así, ¿por qué no me lo dijeron directamente?


He decidido respetar esta regla personal: si alguien me cuenta una queja que tiene de un amigo mío, nunca la repito. Si lo que la persona me cuenta tiene algo de verdad, le sugiero con tacto que vaya a decirle directamente a mi amigo. Si la queja es sólo acerca de una diferencia de opinión, o una reflexión insensible o por falta de conocimiento acerca de la persona o situación, mi amigo no necesita enterarse de ello.


5. ¿Es el momento correcto para mis palabras?


El sabio rey Salomón dijo que una palabra hablada a “su debido tiempo”, es algo bueno. Es posible decir algo muy apropiado, pero en el momento incorrecto.


Por ejemplo, tres horas después de que su amigo se ha visto involucrado en un grave accidente automovilístico no es el momento para decirle cuán mala es su forma de conducir. El momento en que usted descubre que alguien ha estado utilizando de manera fraudulenta la tarjeta de crédito de su cónyuge no es el momento para darle un discurso acerca de cómo prevenir el robo de identidad. Cuando su amigo le llama para contarle que acaba de ser despedido de su trabajo, no es el momento para decirle lo que usted cree que al jefe no le gustaba de él.


En la mayor parte de los casos lo mejor que usted puede hacer para ayudarle a un amigo o miembro de la familia lastimado, es sólo guardar silencio y escuchar. Cuando las personas están preocupadas por una situación difícil, usualmente lo que necesitan es que alguien los escuche. Esto le permite al que está sufriendo asimilar la situación y buscar su propia solución al hablar del problema. Si usted le dice cómo hubiera manejado de diferente modo la situación o da la corrección que la persona no está lista para escuchar, lo único que logrará es agrandar su dolor. Dele tiempo a la otra persona para recuperarse de su herida y del choque inicial de la situación, antes de compartir con ella su perspectiva acerca de lo que pasó.


El momento es muy importante. Si es poco probable que sus palabras sean escuchadas y recibidas, vale la pena esperar un mejor momento para hablar. Por supuesto, hay ocasiones en las cuales usted habla en medio de una situación muy emocional, aun si sus palabras no van a ser valoradas en ese momento (por ejemplo, tratando de impedir que alguien actué impulsivamente y cometa un grave error). En general, sin embargo, es mejor esperar y compartir sus pensamientos cuando el posible receptor de ellos ha tenido un momento para calmarse.


Tome tiempo para pensar acerca de los probables efectos de sus palabras antes de abrir su boca para hablar. Tenga por seguro que cuando está hablando, tal vez no tenga tanto tiempo para arreglar sus pensamientos como cuando usted pone algo por escrito.


Sin embargo, con sólo tomar algunos momentos para analizar lo que usted quiere decir puede ayudarlo a estar seguro de que sus palabras serán constructivas. Si usted no puede responder sí a cada una de estas preguntas, probablemente es mejor guardarse sus comentarios.


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