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  • Foto del escritorPastor Israel Chapa Pérez

Sin solución


En mi experiencia, hay dos formas en que las cosas pueden averiarse.

A veces las cosas se “arruinan” superficialmente, y lo único que se necesita para repararlas es un poco de amor, cuidado, y tal vez algo de empeño. Ésta es la clase de “averías” que prefiero encontrarme, porque pueden arreglarse. Claro que puede implicar que nos ensuciemos las manos o tengamos que leer un manual, pero puede lograrse.


En cambio, la otra clase de “averías”, es un poco más complicada. Me refiero a cuando, en lugar de abrir el cofre de nuestro auto para descubrir que el motor pasó a mejor vida, al abrirlo descubrimos que todo está en llamas y a punto de explotar. En el primer caso, la solución podría ser reconstruir la transmisión, pero en el segundo, la solución es correr para buscar refugio y salvar nuestra vida.


El mundo está averiado


Pocos se atreverían a contradecir el hecho de que el mundo está averiado. El verdadero debate está en decidir a qué clase de “avería” nos referimos. Sería ideal que pudiéramos estar hablando de la primera clase, donde, si todos ponemos de nuestra parte y damos lo mejor, podemos limpiar el desastre y dejar todo como nuevo. Esto es lo que la gente prefiere pensar cuando llega el momento de elegir nuevos líderes: que, si tan solo las personas correctas estuvieran en el lugar correcto, las cosas podrían mejorar.


Pero yo no creo que estemos hablando de esta clase de avería. Creo que lo que estamos haciendo es tratar de convencernos de que nuestro auto en llamas no puede estar tan mal como parece. Pero lo está.


Quizá parte del problema es que tendemos a hablar muy vagamente. Es cierto que hay guerras; es cierto que hay relativismo moral; es cierto que hay genocidios. Es cierto que hay protestas, confusión política, pobreza y corrupción, pero todo eso es vago e intangible. Sucede… en algún lugar… a algunas personas.


¿Qué significan estas cosas para nosotros realmente? Son palabras fuertes que representan situaciones difíciles, pero generalmente son demasiado lejanas como para parecernos importantes. Así que hablemos de cosas específicas. Hablemos de las cosas incómodas que quisiéramos ignorar porque, allá muy adentro de nuestro corazón, nos hacen dudar de si realmente podemos arreglarlas.


Hablemos de:


1. Terroristas que secuestran, torturan y violan niños

Gracias a una interminable y creciente lista de atrocidades irracionales y matanzas inhumanas, el Estado Islámico (también conocido como ISIL o ISIS) se ha ganado su reputación por haber provocado titulares cada vez más horribles, por lo que es probable que usted no haya leído el titular publicado por Reuters el 4 de febrero de este año: “Estado Islámico vende, crucifica y entierra vivos a niños en Irak”.


Yo no debería tener que seguir. No quiero seguir. Pero lo haré porque hay algo muy averiado aquí y no podemos darnos el lujo de ignorarlo. El artículo explica que el Estado Islámico está secuestrando niños en Irak ―niños de yazidis, cristianos, suníes, chiítas y cualquiera cuyas creencias no concuerden con las suyas― para luego hacerles cosas atroces.


Las niñas son vendidas como esclavas sexuales en los mercados, a los niños con problemas mentales los cargan de explosivos para hacer atentados suicidas, y a los demás los convierten en fabricantes de bombas o los usan como escudos humanos durante ataques aéreos. Otros son crucificados, decapitados o quemados vivos.

Niños. Estas cosas les están sucediendo a niños, desamparados e indefensos niños. ¿Se le ocurre alguna solución?


Para algunos, la solución sería (y es) arrasar con estos monstruos a balazos. Pero el problema es que el Estado Islámico se basa en una ideología: la convicción de que su interminable y sangrienta guerra jihadista contra los infieles es agradable y requerida por su dios. Acabar con el Estado Islámico no acabaría con este pensamiento; sólo dejaría un vacío que eventualmente sería ocupado por otro grupo similar.

Entonces, ¿cuál es la solución?


2. Hombre recibe un premio por convertirse en mujer


Ahora pasemos a un tema completamente diferente: el reciente furor mediático causado por el cambio de sexo del ex atleta olímpico Bruce Jenner. Él asegura sentirse mujer por dentro y, tras de una serie de inyecciones de hormonas y cirugías cosméticas, ahora también parece mujer.


Esto no significa que sea mujer, por supuesto. Sólo es un hombre muy confundido que ha pagado increíbles sumas de dinero para cambiar su cuerpo de forma radical e irreversible porque genuinamente cree que nació con el género equivocado.


Para las voces más importantes de los medios y la cultura norteamericana, Jenner es un héroe. Su decisión de convertirse en su “verdadero yo” es inspiradora y digna de admirar. ESPN incluso lo consideró merecedor del Premio Arthur Ashe al Coraje, reservado para quienes tienen “el valor de defender sus creencias cueste lo que cueste”.


El problema es que Jenner (y muchos como él) intentan definir la realidad de acuerdo a cómo se sienten. Jenner quiso cambiarse de género porque él no se siente hombre. Pero lo único que este modo de pensar genera es una amalgama de opiniones relativistas, en la que cada una es tan importante y válida como las demás. Cuando lo correcto y lo incorrecto dependen de cada caso, esto hace que el mundo sea un lugar donde los hechos no valen nada y los sentimientos predominan sobre todas las demás consideraciones.


¿Cuál es la solución?


3. Sangriento genocidio cobra más vidas que la Segunda Guerra Mundial


Puede que se esté preguntando si una operación de cambio de sexo realmente pertenece a una lista que comienza con las atroces matanzas de una organización terrorista. Al fin y al cabo, si Jenner está equivocado, sólo se está haciendo daño a sí mismo, ¿no?


¿Es esto cierto?


El problema es que hacer lo que se siente bien en lugar de lo que Dios dice que es correcto, ha causado mucho más daño que sólo confusión sexual. De hecho, este pensamiento es responsable del mayor genocidio que el mundo haya visto y, lo peor de todo, es que es un genocidio que sigue ocurriendo: el aborto.


A diferencia de otros genocidios, el aborto es legal e incluso celebrado en muchos países. Hoy en día gran parte del mundo “civilizado” considera aceptable que una madre embarazada le pague a un doctor para que corte a su hijo en pedazos y luego lo extraiga parte por parte de su vientre. Es su derecho; es su prerrogativa; es permitido y protegido por nuestros sistemas legales, y sucede aproximadamente 125.000 veces al día en todo el mundo.


La Segunda Guerra Mundial cobró más de 50 millones de vidas en un lapso de seis años. Pero, desde 1980, más de 1.300 millones de niños han sido abortados ―en muchos casos, niños cuyos corazones bombeaban sangre por sus pequeñas venas, cuyas caras tenían expresiones faciales y respondían a cosas como el tacto y el sonido.

Nuestra raza, sin embargo, se ha convencido de que estos pequeños no tienen realmente vida humana y de que, si tan solo podemos meter un cuchillo o un par de fórceps en el útero antes de que el bebé salga, lo único que estamos haciendo es llevar a cabo un procedimiento médico sobre un “pedazo de tejido”.


Estamos averiados.


¿Cuál es la solución?


Venga tu Reino


La lista obviamente continúa. Los venezolanos están comprando papel higiénico en el mercado negro porque su economía se está derrumbando. Los estadounidenses están amontonando deudas astronómicas que luego pasarán a sus hijos y nietos. La gente de Burundi enfrenta una terrible inestabilidad política debido a la corrupción electoral. La lista sigue y sigue, pero el tema recurrente es éste: el mundo entero está averiado, y no podemos arreglarlo.


Afortunadamente, hay Alguien que sí puede. Nosotros no podemos arreglar las cosas, pero Jesucristo sí puede. Y cuando finalmente regrese a la Tierra, Él se encargará de hacer que la humanidad siga el camino hacia la verdadera paz y prosperidad ―el camino que culminará en el establecimiento del indefectible Reino de Dios en la Tierra.

¿Qué debemos hacer ahora? ¿Qué quiere Dios que hagamos mientras esperamos en medio de este desastre?


Cuando Cristo les enseñó a sus discípulos la oración modelo, lo primero que les enseñó, fue pedir a Dios:


Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10).


Eso es lo primero en la lista. No nuestras necesidades, ni el perdón de nuestros pecados, ni siquiera la protección de los ataques de Satanás.


El Reino de Dios: eso es lo que debemos pedir por encima de todo. Este futuro Reino venidero en donde: “Dios mismo estará con ellos [la humanidad] como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:3-4).


Eso es lo que más necesitamos.


Orar por que venga el Reino no es una mera formalidad. Es cierto que nuestras necesidades, nuestros pecados y nuestra seguridad son importantes y Dios quiere que le pidamos por ello, pero ninguna de estas cosas se compara con la urgencia de que Dios establezca su Reino en la Tierra.


Los niños indefensos de Irak lo necesitan. Los confundidos hombres y mujeres que tratan de cambiarse a sí mismos para sentirse completos lo necesitan. Los más de mil millones de niños que mueren sin ver la luz del día lo necesitan.


Usted y yo lo necesitamos.


La humanidad está averiada. Nuestro mundo está averiado, y la única solución es el Reino de Dios.

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